La Neuróloga irlandesa Suzanne O’Sullivan conoció a Yvonne apenas se graduó como médica.
Esta paciente de 40 años había ingresado el hospital el día anterior, después de que un compañero de trabajo le rociara accidentalmente los ojos con un producto de limpieza dejándola ciega.
Sucesivos baños oculares no sirvieron para aliviar el dolor y la irritación de sus ojos, ni para devolverle la vista.
Los exámenes a los que fue sometida durante los seis meses siguientes, sin embargo, coincidían en el resultado: la ceguera no respondía a ninguna causa física. La discapacidad visual de Yvonne, concluyeron los médicos, era de origen psicosomático. Es decir: su ceguera era una manifestación física de un estrés emocional.
Enfermedades que afectan a todo el mundo
Yvonne fue una de las primeras de una extensa lista de pacientes con desórdenes psicosomáticos que O’Sullivan vio en sus 20 años de carrera. Su historia y la de otros pacientes forman parte de su libro Todo está en tu cabeza. Historias reales de enfermedades imaginarias.
La neuróloga presenta ese trabajo, premiado en Reino Unido con el prestigioso galardón Wellcome Book Prize, en el Hay Festival en la ciudad colombiana de Cartagena, que BBC Mundo está cubriendo.
Los demás -que llegaban a su consultorio frustrados después de ver a distintos especialistas que no lograban dar en el clavo- presentaban síntomas tan severos como los de Yvonne: unos venían en silla de ruedas, otros presentaban inflamaciones, describían dolores, parálisis, desmayos y convulsiones.
Un factor común aunaba a estos pacientes con dolencias tan agudas como variadas: la falta de una explicación médica para sus síntomas. Y la gran mayoría, sino todos, se negaba a aceptar el origen psicológico de su enfermedad.
Pero no es por azar que estos pacientes acabaron buscando la opinión de O’Sullivan.
Esta es una situación que se repite en casi todos los consultorios médicos, le dice la experta a BBC Mundo.
«Dedico gran parte de mi tiempo a pacientes con convulsiones y, por lo general, de las personas que veo, un tercio sufre convulsiones por causas psicológicas. Pero de acuerdo a estudios, en otras especialidades médicas también un tercio de los pacientes padece síntomas de origen psicológico», comenta O’Sullivan.
Tampoco son un mal de la sociedad contemporánea -aunque internet ayuda con la abundancia de información sobre enfermedades y sus síntomas- ni hacen diferencia entre ricos y pobres.
«Pasa en todo el mundo», dice O’Sullivan.
Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) llevado a cabo hace algunos años, recuerda, demostró que la prevalencia de enfermedades cuyos «síntomas carecen de explicación médica» es casi idéntica en casi todos los países, independientemente de si son desarrollados o en vías de desarrollo y del acceso que la gente tiene a los servicios de salud.
Síntomas reales
Fue precisamente esta alarmante proporción lo que llevó a la neuróloga a interesarse por el tema y a volcar más tarde su experiencia en el libroTodo está en tu cabeza, quedesgrana con humanidad y compasión las historias de algunos de sus pacientes y las dificultades como médica de trabajar en esta zona gris de la medicina que nuestra sociedad estigmatiza.
¿Pero qué lleva a nuestro cuerpo a expresar síntomas de una enfermedad que no tenemos? ¿Por qué enmascaramos con dolor, debilidad o parálisis lo que en realidad son emociones?
«Nuestro cuerpo produce síntomas físicos en respuesta a las emociones todo el tiempo. A mucha gente le tiemblan las manos cuando tiene que hacer una presentación, a otros les late más fuerte el corazón si están ansiosos o hay quienes se sonrojan cuando sienten vergüenza», dice O’Sullivan.
«Es algo que nos pasa a todos. Pero no podría decir por qué en ciertos individuos este mecanismo decide crear una patología. Lo que ocurre es que todos tenemos una forma diferente de lidiar con el estrés».
Tampoco podemos escaparnos de estos síntomas como evitamos una gripe al abrigarnos en invierno, o una lesión muscular, calentando el cuerpo antes de correr.
«No podemos evitar los síntomas físicos frente a una situación de estrés», explica la neuróloga.
«Lo que si podemos hacer es evitar que eso se transforme en una discapacidad. Puedes aprender a reconocerlos cuando te ocurren y alterar lo que haces en respuesta», explica la neuróloga.
Aunque no exista una causa física, recalca, no hay que olvidar que los síntomas son reales para el paciente, y sus consecuencias pueden suponer una discapacidad y que son increíblemente devastadoras.
«No tiene nada»
Y es justamente la falta de una raíz física lo que ha llevado históricamente a que la medicina desestime esta clase de desórdenes, cuando los reconoce.
Esto incluso se ve plasmado en el lenguaje que los médicos utilizan para hablar sobre estas enfermedades.
«Si una persona tiene una discapacidad y los exámenes muestran resultados normales, solemos decir que no tienen nada», cuenta O’Sullivan.
«Los médicos estamos entrenados para enfocarnos en las enfermedades, para encontrarlas. Estamos preocupados por que no se nos escapen (cuando examinamos a un paciente). Si veo a alguien y no me doy cuenta de que tiene una enfermedad, eso generará muchas recriminaciones», le dice la experta a BBC Mundo.
La situación contraria, (pensar que alguien tiene una enfermedad para darse cuenta luego de que era psicosomática) es mucho menos grave, señala.
La atención está tan centrada en la enfermedad, que una vez que se descarta, la tarea pareciera darse por terminada.
Y es esta falta de atención e importancia que se les da estas aflicciones lo que ha contribuido a crear un estigma alrededor de las enfermedades psicosomáticas, de modo tal que al paciente le resulta muy difícil aceptar el diagnóstico, que suele vivir como si se tratase de un insulto.
CC