Aunque no estemos cansados, si vemos a alguien bostezar, nosotros lo hacemos también. Una reacción muy común que todos hemos experimentado. Pero, ¿por qué sucede esto? La clave se encuentra en la activación de una región muy concreta del cerebro, según una investigación de la Universidad de Nottingham.
El estudio sugiere que la propensión al contagio del bostezo involuntario se origina en la corteza motora primaria del cerebro, área responsable de la ejecución del movimiento a través de los impulsos neuronales.
La clave está en la activación de la corteza motora del cerebro, un hallazgo que permite avanzar en el tratamiento de enfermedades neuropsiquiátricas.
Los resultados arrojan luz sobre la base neural de este ecofenómeno (repetición automática de las palabras o acciones de otros), desconocida hasta ahora.
En el estudio participaron 36 adultos voluntarios a quienes se les enseñó a contener el contagio mientras contemplaban clips de vídeo donde aparecían personas bostezando.
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Posteriormente, se contabilizaron todos sus bostezos, incluidos los reprimidos. Para probar la relación entre la base neural del bostezo y la excitabilidad motora, el grupo de investigadores utilizó técnicas de estimulación magnética transcraneal (TMS), demostrado que a través de la estimulación eléctrica también se puede incitar al bostezo.
Gracias a las TMS probaron también que ser más o menos propenso al bostezo contagioso depende de la excitabilidad cortical y la inhibición fisiológica del córtex motor primario de cada persona, por la que la necesidad de bostezar es diferente en cada uno de nosotros.
Sin embargo, nuestra capacidad para resistirnos al contagio es limitada e incluso el intento de reprimirlo aumenta la necesidad de bostezar.
Por mucho que lo intentemos, nuestra predisposición al bostezo no va a cambiar.
El hallazgo, publicado en la revista Current Biology, permitirá a los investigadores comprender mejor las causas de las enfermedades relacionadas con un aumento de la excitabilidad cortical y/o una disminución de la inhibición fisiológica, donde los pacientes no pueden frenar los ecofenómenos más comunes: ecoalia, imitación involuntaria de palabras, y ecopraxia, imitación automática de acciones.
«Consideramos que estos descubrimientos pueden servir para comprender mejor una amplia gama de patologías clínicas como la epilepsia, la demencia, el autismo y el síndrome de Tourette», asegura Stephen Jackson, profesor de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Nottingham y director del estudio.