El 1 de enero se cumplen 20 años de la creación del euro, la moneda se impuso en los mercados y carteras de valores y sobrevivió a su gran crisis, pero parece condenada a ser un coloso frágil incapaz de lograr una mayor solidaridad europea.
Primero fue un instrumento virtual utilizado sólo por financieros, contadores y administradores, hasta que se materializó el 1 de enero de 2002, por lo que 340 millones de ciudadanos de 19 países (zona euro) comparten actualmente la misma moneda.
El Banco Central Europeo (BCE), que tomó las riendas de la política monetaria en 1999, presume de haber evitado una escalada de precios, a pesar de que la imagen de un euro inflacionario sigue siendo como una marca en su piel.
No obstante, la popularidad del euro está en su nivel más alto.
Una media del 74% de los ciudadanos de la zona euro cree que la moneda única ha sido beneficiosa para la Unión Europea (UE), y el 64% para su propio país, según sondeos publicados en noviembre por el BCE, y esto ocurre al mismo tiempo que los movimientos populistas anti-UE ganan terreno en todas partes del continente.
«El euro está anclado en la población, incluso los partidos contrarios al sistema han tenido que reconocerlo», como ocurrió recientemente en Italia, destacó Nicolas Véron, economista de los institutos Bruegel en Bruselas y Peterson en Estados Unidos.
El euro también ha impulsado el comercio intercomunitario, y es la segunda moneda más utilizada en todo el mundo, aunque muy por detrás del dólar estadounidense.
Deficiencias y divisiones
Pero a mediados del verano (boreal) de 2012, la joven historia de la moneda única casi se interrumpe y fue arrastrada por la crisis de deuda soberana que amenazaba con dislocar al sistema bancario.
Estos acontecimientos revelan las deficiencias originales de esta moneda: falta de solidaridad presupuestaria por la mutualización de la deuda, de las inversiones y, por lo tanto, riesgo de disparidades profundas entre las economías de la zona euro, a falta de un prestamista como último recurso para los Estados en dificultades, etc.
Con la crisis griega, en particular, como telón de fondo, «el euro ha atizado los reproches recíprocos, por su parte los países latinos del sur atacan a los del norte por su ordoliberalismo (corriente del pensamiento económico vinculada a la economía de mercado, desarrollada varias décadas atrás en Alemania),
Y por otra los del norte a los latinos por su laxitud», señala Eric Dor, director de estudios económicos del IESEG (escuela de comercio internacional).
Mario Draghi, presidente del BCE, lograría apagar el incendio en aquel verano de 2012, afirmando que su institución hará «todo lo posible para salvar al euro».
Desde entonces, el BCE cuenta con un programa para comprar, bajo ciertas condiciones, una cantidad ilimitada de deuda de un país atacado en los mercados. Un arma de disuasión hasta entonces nunca utilizada pero que sirvió para restablecer la calma.
Y, para detener al espectro de la deflación, considerado como un veneno para la economía, el BCE ha recurrido a acciones sin precedentes, llevando sus tasas de interés al nivel más bajo y comprando sobre todo deuda pública desde 2015 a 2018, por un monto total de 2,6 billones de euros.
Sin embargo, a nivel político, poco o nada se ha hecho para corregir los defectos innatos de la divisa. Los 19 países aún no tienen herramientas para corregir las disparidades de desarrollo o invertir para enfrentar los desafíos económicos.
De la arcilla a los ladrillos
En los años 1990, «lo más importante en Europa era, a nivel económico, dotar al mercado único de una moneda única para poner fin a las variaciones significativas en el tipo de cambio entre (las divisas de) los países miembros, y a nivel político, acercar a Alemania reunificada a Europa occidental», según Gilles Moec, economista del Bank of America Merrill Lynch y exfuncionario del Banco de Francia.
Si bien estos argumentos fueron suficientes en aquella época para «vender» el euro a la población, desde entonces el edificio no ha logrado consolidarse.
De acuerdo a la reforma «mínima» de la zona del euro anunciada en diciembre de 2018, los 19 países miembros sólo lograron acuerdo sobre un instrumento presupuestario muy limitado.
Las ideas más audaces -un ministro de Finanzas para la eurozona, o la creación de un Fondo Monetario Europeo, entre otras- han sido descartadas en los últimos 18 meses de negociaciones.
Por su parte, «el BCE se ha quedado un poco» tras estabilizar la moneda y el sistema bancario, advierte Moec.
Por su parte, el economista Nicolás Véron se muestra más optimista. Para él, con el saneamiento bancario, las deudas públicas y la acción del BCE, el euro es ahora un «coloso con los pies de ladrillo más que de arcilla».