Seis de cada diez brasileños quieren que Jair Bolsonaro permanezca donde está, en la silla principal del Palacio del Planalto. Además, 52% cree el presidente ultraconservador tiene capacidad para liderar al país, ante un 44% que piensa que no tiene condiciones para eso.


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el clarin

Como desde el inicio del mandato del presidente ultraconservador, los frenos y contrapesos institucionales se mueven intensamente para moderar impulsos antisistema, pero el apoyo a Bolsonaro muestra sin embargo una gran resiliencia.

Seis de cada diez brasileños quieren que Jair Bolsonaro permanezca donde está, en la silla principal del Palacio del Planalto. Además, 52% cree el presidente ultraconservador tiene capacidad para liderar al país, ante un 44% que piensa que no tiene condiciones para eso.

Los datos más frescos de la última encuesta Datafolha, principal instituto de medición del sentimiento de la opinión pública de Brasil, fueron publicados este domingo por Folha de S.Paulo, uno de los medios de comunicación a los Bolsonaro dedica casi una diatriba por día.

El sondeo puso en evidencia la resiliencia que, hasta ahora, muestra un presidente al que su insistencia en nadar siempre contracorriente lo sometió a un profundo aislamiento político, en un país en el que el coronavirus ya mató a 486 personas en un registro de 11.130 casos positivos.

Sus polémicas posiciones en favor de limitar las cuarentenas y abrir comercios y escuelas tienen el rechazo de los ministros más importantes de su gabinete, del Congreso y de la Corte Suprema, además de la mayoría de los gobernadores, alcaldes y medios de comunicación.

Ese rechazo unió a los ministros de Salud, Luiz Henrique Mandetta; de Justicia y Seguridad Pública, Sergio Moro, y de Economía, Paulo Guedes. Pero Mandetta fue el único que recibió reprimendas públicas de su jefe.

Bolsonaro hizo este domingo una afirmación de su propia autoridad y aseguró que enfrenta provocaciones de quienes buscan ocupar su silla y sufre una masacre de los medios.

“Mi lapicera funciona, no tengo miedo de usar mi lapicera y ella va a ser usada para el bien de Brasil”, dijo en la residencia oficial de la Alvorada al recibir a líderes religiosos a los que convocó a un día de ayuno y oración.

El mandatario criticó otra vez a colaboradores cercanos. “A algunas personas de mi gobierno les subió algo a la cabeza. Eran normales y de repente se convirtieron en estrellas, hablan por los codos”, dijo, en una aparente alusión a Mandetta.

Como ya publicó este diario en base a información de altos funcionarios, el presidente fue advertido por jueces del Supremo Tribunal Federal (STF) y líderes del Parlamento que cualquier resolución que tome para flexibilizar medidas de distanciamiento social y que contradigan orientaciones del Ministerio de Salud basadas en la ciencia, no tendrá amparo legal y será rápidamente anulada.

“Los frenos y contrapesos institucionales están funcionando”, dijo a Clarín un funcionario con despacho en uno de los bordes de la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia, que une a las sedes del Ejecutivo, el Congreso y el Supremo Tribunal Federal (STF). “Pero teorías conspirativas están siendo compradas por su valor nominal”, agregó.

Esos frenos y contrapesos han funcionado casi permanentemente desde el 1 de enero del 2019, cuando el ultraconservador Bolsonaro asumió la presidencia de Brasil. La Corte Suprema y el Congreso han apoyado sus políticas económicas de cuño liberal y reformas como la del sistema jubilatorio.

Sin embargo, han bloqueado otras iniciativas, como la alentada universalización de la tenencia de armas. La Corte también equiparó la homofobia al delito de racismo, enardeciendo a líderes evangélicos que apoyan al mandatario.

Los frenos llevaron al presidente a firmar un documento que el abogado general del Estado, André Mendonca, entregó al STF, en el que se afirma que el gobierno federal incentiva el aislamiento social y sigue las recomendaciones de la OMS.

El documento contraría, claro, lo que el presidente pregona, aunque esa prédica sea un poco menos estridente cada día.

Respecto a las teorías que circulan sueltas, el gobierno argentino fue informado desde Brasil que reportes sobre un quiebre de la institucionalidad contenían interpretaciones forzadas. Eso no impide que en una ciudad cortesana como Brasilia las visiones conspirativas proliferen ante cualquier palabra y señal.

Fue lo que ocurrió el viernes, cuando Carlos Bolsonaro, concejal en Río de Janeiro, alimentó rumores sobre supuestas conspiraciones del vicepresidente, Hamilton Mourao, contra su padre.

También generó especulaciones el papel del general Walter Braga Netto, jefe de la Casa Civil. El papel es justamente el que le asigna su puesto, el de un coordinador de ministros.

Dos fuentes diplomáticas indicaron que el militar, que lideró una intervención considerada exitosa en el estado de Río de Janeiro en 2018, cumple la función de realizar esa coordinación interministerial en un momento en que el combate al coronavirus requiere la intervención de distintas áreas del Estado.

Una de ellas dijo que “el panorama político de Brasil no se alteró”, remarcando que sigue vigente el papel interpretado por militares en altos puestos jerárquicos, que intentan, un día con éxito y otro no, persuadir al presidente a abandonar su prédica contra los gobernadores y las cuarentenas horizontales.

“Nadie tutela a Bolsonaro”, dijo recientemente el ex jefe del Ejército e influyente general Eduardo Vilas-Boas.

Ese cuadro fue el que describió la columnista Miriam Leitao en O Globo al registrar que el poder en Brasil empujó al gobierno a ir en la dirección correcta de apoyar el distanciamiento social, ampliar la red de protección social y también a contener arrebatos contra esas orientaciones.

“El país se va gobernando. Al presidente le queda el teatro en la puerta de (la residencia oficial) la Alvorada para una claque cada vez más reducida y los robots (…) en las redes sociales. Lo lindo de la democracia es eso: ella encuentra su camino incluso en las peores condiciones como la que vivimos”, resumió.

 








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