Hoy en día, no tenemos que preocuparnos, en los países más desarrollados del planeta, por si podemos beber el agua del grifo o por si nos vamos a pasar toda la noche abrazados al váter después de salir a cenar fuera. Hemos avanzado, siendo capaces de diseñar sistemas de seguridad que han permitido reducir los riesgos alimentarios prácticamente a cero. Pero se da la paradoja de que, aunque tenemos a nuestra disposición los alimentos más seguros de toda nuestra historia, comemos peor que nunca.
1. Muchos productos y pocos alimentos
El resultado de una investigación sobre el tipo de alimentos que más consumen los españoles, publicado en la revista Nutrients, refleja que la población española se encuentra en permanente dieta hipocalórica, consume una media de unas 1.800 kilocalorías al día, se alimenta principalmente de productos derivados de los cereales, como el pan, su principal fuente de proteínas son las carnes y derivados cárnicos y que tiene un consumo de frutas y verduras inferior al 10% de las calorías totales de la dieta diaria.
En resumen, aunque la mayoría de la gente suele tener la percepción de que come mucho, comemos poco y mal: pocos alimentos con muchas calorías con los que, a pesar de lo que muchos creen, no cubren sus necesidades.
2. El ambiente obesogénico nos está matando
Las Enfermedades No Transmisibles (ENT), como el cáncer, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, en las que el estilo de vida y la alimentación actúan como factores de riesgo, se han convertido en el mayor asesino de nuestros tiempos.
Recientemente, un artículo publicado en la revista médica The Lancet sugería un cambio de nombre para este grupo de enfermedades, porque, aunque no se transmitan a través de microorganismos o virus, se propagan a través de los hábitos, el ambiente y las condiciones culturales o económicas. El ambiente obesogénico en el que vivimos, modifica nuestros hábitos haciéndonos enfermar lentamente. Así que, de poco sirve vacunarnos contra este enfermizo ambiente si no acompañamos el tratamiento de políticas sociales que nos ayuden a tomar mejores decisiones alimentarias.
3. Seguridad alimentaria no es sinónimo de calidad nutricional
Que un alimento sea seguro, desde el punto de vista sanitario, no implica que sea saludable. Los sistemas de seguridad alimentaria previenen los riesgos alimentarios asegurando la inocuidad y salubridad de los alimentos consumimos. En un país desarrollado, como el nuestro, los casos de alertas sanitarias relacionadas con el consumo de alimentos son muy pocos. Nuestro verdadero problema sanitario es el aumento de enfermedades crónicas, como la obesidad o la diabetes, cuya aparición está relacionada con el consumo de alimentos baratos, de fácil acceso, con sabores intensos y que, normalmente, aportan muchas calorías pero pocos nutrientes.
Por lo tanto, si decides comerte el típico menú de comida rápida, tendrás muy pocas posibilidades de intoxicarte, pero no te estarás alimentando correctamente.
4. Con más nutrientes (añadidos) no significa más nutritivo
En el supermercado nos podemos encontrar con una infinidad de productos etiquetados como “saludables” diseñados con una cuidada estrategia de mercadotecnia que consigue que las personas tomen peores decisiones alimentarias. Un ejemplo son los productos de bollería fortificados con determinados nutrientes, como la bollería rica en hierro y las galletas o snacks enriquecidos con vitaminas y minerales. Por muchas vitaminas o minerales que se le añadan a un producto insano no lo convierte en una buena elección alimentaria.
5. La comida de verdad no necesita sello de calidad
Determinar la calidad nutricional de un producto alimenticio puede convertirse en una tarea complicada. La calidad es un concepto abstracto, subjetivo y bastante manipulable. Está de moda incluir en el etiquetado de productos alimenticios -normalmente de productos ultraprocesados cuyo consumo, en realidad, debería evitarse- el sello de alguna asociación científica o médica colaboradora de la marca. Este tipo de práctica, empleada por la industria alimentaria, contribuye a alimentar el “efecto halo” en el consumidor generando una percepción irreal de la bondad del producto.
Lo mejor que puedes hacer por tu salud es comer más alimentos, sobre todo vegetales: frutas, verduras, frutos secos, legumbres, etcétera. Utilízalos como ingredientes de tu comida, no vienen en paquetes de colores ni llevan sellos de sociedades científicas, pero tienen muchos nutrientes.
Recuerda que tus elecciones alimentarias son las que determinan la calidad de lo que comes, el sello que le pongas a tu alimentación dependerá de ello.
CC